Un cuento para mi hija

La falta de juegos en la sala de terapia donde estuvo internada su hija Pilar inspiró a Paula Kriscautzky a crear una biblioteca y un espacio lúdico, en la misma plaza donde solía jugar con ella, frente al hospital donde se trataba. “Nadie se va si hay alguien que lo recuerde”, dice Paula Kriscautzky y eso es lo que se vive en un pequeño rincón del Parque Saavedra en La Plata, Buenos Aires. Su hija, Pilar Andicoechea, está en todos lados: en los cuentos, en las sillas de colores y en los chicos que se acercan para sumergirse en una historia. Con una vida de 5 años y 9 meses se convirtió en la amiga, hija, y nieta de todos los que visitan la biblioteca ‘Del otro lado del árbol’. Paula hace que todos se abracen a su recuerdo a través de su esencia: los cuentos, y una infancia vivida intensamente.

Pilar, la más chica de tres hermanos, “era una nena hermosa llena de rulos, muy creativa, le encantaba pintar y dibujar chicas con largas pestañas”. En la sala verde de la escuela Anexa estaba aprendiendo a leer, y escribía su nombre en cada rincón que podía. Desde pequeña tuvo una conexión única con los libros de cuentos; en especial, los de hadas y princesas que hacían que viajara e imaginara miles de aventuras.

Para fines de febrero de 2010, mientras Paula llevaba a Pilar al parque cercano a su casa a jugar —como siempre— para que se divirtiera trepándose en los árboles y con los juegos que había alrededor. Mientras Paula veía a su hija notó que, cuando corría, lo hacía casi de costado de una manera poco común. Al volver a su casa en bicicleta, se dio cuenta de que Pilar se agarraba fuerte para sostenerse, con miedo, lo que le pareció extraño porque “Pili” estaba acostumbrada a andar en bici, con su mamá y sus hermanos. Sintió que algo raro estaba pasando. Para estar tranquila y despejar cualquier duda, al día siguiente llevó a su hija al pediatra. Después de un examen de rutina, el doctor no encontró nada como para preocuparse pero, de todas maneras, le sugirió a la mamá que consultase a un neurólogo para que le realizara una resonancia magnética.

Dos semanas después, el 15 de marzo de 2010, el especialista la dejó sin aliento: con los resultados de la resonancia en sus manos, le explicó a Paula que su hija tenía un tumor en el tronco encefálico y que, por el estado avanzado del mismo, estimó que la expectativa de vida de Pilar era de 8 a 10 meses.

El tipo de tumor que padecía la chiquita no podía ser extirpado, y solo quedaban como tratamiento sesiones de radio y quimioterapia para intentar reducirlo. “En ese momento no pude entender exactamente lo que pasaba. No me tiré al piso a llorar, solo traté de reaccionar. Lo único que quería era irme con Pilar a casa”, afirma Paula. El tronco encefálico, ubicado en la parte posterior de la cabeza, es el puente que comunica el encéfalo con la médula espinal. Controla las funciones de respiración, la frecuencia cardíaca y los nervios y músculos utilizados para ver, escuchar, caminar, hablar y comer. Los síntomas causados por este tipo de tumores incluyen la pérdida de equilibrio y problemas al caminar, visión doble, la caída de un lado del rostro y difi cultad al masticar y tragar, entre otros. Pilar aún no tenía problemas mayores, solo que caminaba con cierta dificultad.

Sin perder tiempo, Paula llevó a Pilar a un oncólogo para empezar de inmediato con la radioterapia. “La noticia significó una bomba atómica, que cayó en casa. Tuvimos que armarnos como pudimos para afrontarla, pero siempre con la misión de que mientras Pilar estuviera bien; había que sostener su infancia”. Pilar, desde su inocencia, les explicaba a sus compañeritos de jardín que tenía una pelotita en la cabeza y que sus nuevos amigos, los médicos y enfermeros, iban a ayudarla a curarse.

Con mucho por hacer, Paula decidió tomarse una licencia de su trabajo como maestra jardinera, y se abocó completamente al cuidado de su hija; ya que para tratar su condición, Pilar debía internarse en la Clínica del Niño de La Plata, cada 28 días, para realizar su tratamiento de quimioterapia. Luego de aquellas tediosas estadías en la clínica durante seis (o a veces diez) horas, Pilar y Paula podían respirar por un momento y se perdían por un sendero cantando ‘Por el caminito de aserrín va el tranvía, tin tilín tilín’. “El paso por el parque era casi obligado”, recuerda Paula.

Las largas horas que pasó en las salas del hospital le mostraron a Paula que había algo que faltaba en el tratamiento. ¿Por qué las enfermeras no traen cuentos, no traen crayones? Le preguntaba Pilar.

Paula vio que el personal no estaba preparado para acompañar a los chicos con material didáctico, mientras se encontraban internados. Se trataba a las enfermedades, no a las personas que las padecían. Así, madre e hija empezaron a imaginar una biblioteca que acompañara a los chicos que atraviesaban momentos difíciles de la manera que lo vivía ella. “La enfermedad es solo una circunstancia en la vida; no hay que olvidarse que son personas que tienen familia, sueños, amigos”, dice Pilar. Y es como lo vivió, más allá de su condición, de sus visitas al hospital e incontables horas de tratamiento, en diciembre de 2010 recibió de pie el diploma de su jardín y completó su educación preescolar. Luego de luchar valientemente durante diez meses, en enero de 2011 Pilar falleció.


En ese instante, en el que es fácil caer en manos de la tristeza, Paula decidió hacer algo distinto: pensó que la muerte de su hija no debía ser en vano y que había algo que aprender después de todo lo vivido. “Yo siempre pensé en la posibilidad de la trascendencia y del recuerdo. Nadie se muere si hay alguien que lo recuerde, nadie se va si hay alguien que lo traiga. Y desde que Pili se enfermó, con ella misma, sin necesidad de hablar de nada feo, pensamos en cosas que queden. Hicimos una agenda que ella les regaló a todos sus afectos y que todo el mundo atesora. Pensamos en hacer una escultura, algo que quedara y simbolizara su paso por esta vida jugando”.


En febrero de 2011 reunió a sus familiares y amigos y, en el mismo árbol donde la nena solía jugar con su madre, Paula les transmitió la idea de crear una biblioteca. En una carta abierta en Facebook, la mamá de Pilar pidió la ayuda de los vecinos para crear este nuevo espacio. La Municipalidad de La Plata le otorgó un galpón en la parte cerrada del Parque Saavedra que sería el espacio donde se instalaría la biblioteca. Cientos de personas se acercaron al Parque Saavedra para ayudar a construir ese proyecto. ‘Y de repente éramos muchísimas personas soñando lo mismo. La gente traía libros, las señoras tejían alfombritas, otros hacían almohadones o traían cosas de sus casas’. El artista Fernando Rigone creó el monumento que Pili soñaba tener y que muestra a dos nenas jugando.

Luego de mucho trabajo y esfuerzo colectivo se inauguró, en abril de 2011, la biblioteca ‘Del otro lado del árbol’. El nombre estuvo inspirado en el cuento preferido de Pilar de la autora Mandana Sadat quien luego de escuchar su historia, le envió a Paula toda su colección desde París. A partir de entonces, maestras, cuenteros y artistas de La Plata llenan de magia el lugar. La biblioteca se volvió un lugar de encuentro, de recreo y el libro el vínculo principal entre padres e hijos. Este espacio inspirado en Pilar, por su cercanía al hospital de niños y centros de salud, se puso también al servicio de chicos internados y de sus familias como una sala de espera acondicionada a sus necesidades y con el fin de brindarles ese lugar que alguna vez Pili hubiera necesitado que todos pudieran disfrutar. “Del otro lado del árbol es una biblioteca que representa el otro lado de todas las cosas, es el otro lado de la muerte de Pili en el que yo encuentro mucha vida, belleza y eso es lo que me sostiene a mí como mamá.” Hoy, la biblioteca cuenta con sedes en Bolívar y Olavarría, en Buenos Aires, y en septiembre se inauguró, ‘Florecido a mí’, un nuevo espacio que ofrece talleres de plástica, música, cine, teatro, escritura y fotografía.

 

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