Angele Enzenzi. Argentina mía

El sol irradia los últimos rayos vespertinos sobre la escuela católica a la que asiste Angele en Kinshasa, Zaire, en el centro de África. La joven de 16 años se conmueve con la lectura de los artículos de la revista Refugiados de Acnur, la agencia humanitaria de las Naciones Unidas, que les traen las monjas.

Esa publicación cuenta historias de personas que se ven forzadas a dejarlo todo para empezar una nueva vida lejos de sus hogares, vulnerados, perseguidos, en busca de refugio. Página tras página, Angele se emociona, al tiempo que el calor del sol evapora las lágrimas de su rostro. “Qué realidad tan dolorosa”, piensa. Nunca imaginó que años más tarde sería la protagonista de una de ellas.

Pasó el tiempo, la adolescente creció y con ella sus responsabilidades. Se formó en administración de empresas en la universidad, y consiguió trabajo en una compañía de transporte marítimo en Matadi, principal puerto del país. En aquel momento, compartía los días con su pareja y se turnaba para cuidar al pequeño Rabí, su hijo de tres meses. Sus días transcurrían sin sobresaltos, con cierta monotonía y con la estabilidad de cualquier familia corriente.

Sin embargo, de un momento a otro, todo cambió en sus vidas.

principios de la década del 90, Zaire (actual República Democrática del Congo), gobernada por un régimen autoritario y violento, sufría una profunda inestabilidad política que desencadenó en una guerra civil que involucró conflictos interétnicos entre los bangala (del norte) y los bakongo (del sur). Angele era de la etnia bangala que estaba siendo derrotada, por lo que su situación se convirtió en la de una “perseguida política”.

El conflicto despertó su naturaleza de madre, y ante la urgencia de preservar a su bebé de aquel infierno, no dudó en buscar resguardo en el país vecino, Angola, incluso sin despedirse de sus trece hermanos ni de sus padres.

Al poco tiempo de su exilio, la idea de un pronto regreso a su hogar se desvaneció. No sólo se había agravado la situación en Zaire, sino que la crisis también amenazaba la paz de Angola. Las fronteras se cerraban y Angele se enfrentó a la difícil decisión de un desarraigo aún más lejanopara salvaguardar su vida y la de su hijo: el único vuelo disponible tenía como destino Brasil.

Fue un amigo angoleño quien los ayudó a conseguir los pasajes y documentos necesarios para escapar, además de aconsejarles que siguieran camino al sur, hasta la Argentina, donde tendrían más oportunidades de trabajo. Así, Angele cruzó el Atlántico junto a su bebé y asu pareja, con quien, en ese momento, mantenía ya una deteriorada relación.

Luego de un largo viaje en avión y de cruzar la frontera con Brasil, Angele y su familia llegaron a Buenos Aires un sábado de otoño con el espíritu cansado y los bolsillos vacíos.

Fue entonces cuando vino a su mente la revista que leía en la escuela, recordó a ACNUR, la agencia de la ONU para refugiados, y de inmediato intentó comunicarse con su sede en la Argentina pero, en fin de semana, nadie atendió su llamado.

Sin saber qué hacer, vestidos con ropa liviana y sandalias, se resignaron a pasar la noche a la intemperie en la Plaza del Congreso, de Buenos Aires, cargando un bolso con la ropa de su bebé, un jarro térmico, un plato y una cuchara.

Su corazón vacilaba entre la fragilidad y la lucha. Su mente lidiaba con la incertidumbre y el miedo. Pero es impredecible el giro bienaventurado del destino: una pareja que paseaba por la plaza se detuvo ante ellos, el pequeño Rabí les había llamado su atención. Le preguntaron de dónde venían, y Angele improvisó una comunicación entre señas y un acotado portugués para transmitirles su historia.

La pareja los ayudó a contactarse con el Ministerio del Interior, adonde fueron trasladados horas más tarde para pasar las primeras dos noches en el país. La mañana del lunes siguiente trajo consigo la ayuda tan esperada; un abogado de ACNUR había sido informado sobre su situación a través del Ministerio. A partir de ese momento Angele y su hijorecibieron asistencia especializada. Primero, les cubrieron las necesidades básicas: alojamiento, comida y documentación.

Luego ella concurrió a cursos de español, (aunque Angele aprendió el idioma estudiando la Biblia en castellano y francés, simultáneamente). Fueron muy duros esos primeros años lejos de su gente, de su idioma, de sus calles y de sus costumbres, pero a Angele nada le importaba más que el bienestar de su hijo. “En reuniones de ACNUR conocí a personas de mi país en nuestra misma situación. Me hice amiga de ellos, nos dábamos contención y apoyo, hasta cuidaban de Rabí mientras yo iba a los talleres”, cuenta Angele.

La relación con su pareja se resquebrajó y decidieron separarse. Pero los lazos con su círculo de amigos, entre el desarraigo y el compañerismo, se fortalecieron. Tan es así que unos años más tarde, un compatriota de Angele le presentó a Fernando Carvallo, un buen hombre que soñaba con enamorarla.

Si bien ella se sentía insegura y no estaba dispuesta a una nueva relación, cuando conoció a esta persona sencilla y respetuosa, algo en su interior le dio luz verde para darse otra oportunidad en el amor. “No puedo prometerte mucho, sólo decirte que a mi lado nunca les faltará un plato de comida”, recuerda Angele la frase que le dejó huella.

Dos años después, en 1999, nació Melanie, una hermosa niña que consagró la familia. Angele siguió recibiendo apoyo de ACNUR. Realizó una especialización en fotografía, y le otorgaron un microcrédito para que, junto con Fernando, hoy tengan su propia casa de fotografía ubicada muy cerca de la estación de tren Adolfo Sourdeaux en la localidad Malvinas Argentinas, en el Gran Buenos Aires.

Allí viven hace 14 años, tranquilos y felices. Aquel bebé que llegó en brazos, sin enterarse de los obstáculos que su mamá sorteó para protegerlo, hoy “ya es todo un hombre y somos muy unidos”, dice Angele orgullosa y emocionada. Con 19 años, Rabí, colabora todos los días en la atención del negocio y estudia para ser Marino Mercante con la ilusión de cruzar el océano. Tiene una excelente relación con su hermanita de 12 años y un vínculo verdadero de
padre e hijo con Fernando.

“Este país me dio la tranquilidad de convivir con personas que me aceptan con mi color de piel y respetan mis costumbres”. Angele se reconoce como una mujer valiente, es feliz viendo crecer a sus hijos sanos y fuertes en la Argentina que es, sin duda, su hogar. “Si no fuera por proteger a Rabí, nunca hubiera llegado hasta aquí”.


REFUGIADOS

ACNUR asiste desde 1950 a refugiados, solicitantes de asilo, desplazados internos y repatriados. Tarea por la cual recibió dos veces el Premio Nobel de la Paz (1954 y 1981). Hoy la población de interés del ACNUR asciende a cerca de 32 millones de personas. acnur.org

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