Madre coraje

La familia de Norma era como cualquier otra. Casada con Ricardo desde principios de la década del setenta, tenían tres jóvenes hijos: Gabriel, Maximiliano y Jessica. “Eran muy buenos chicos. Gabriel tenía mucha ‘pinta’, había empezado ingeniería y antes de terminar se cambió a arquitectura, dibujaba muy bien; Maxi estaba estudiando administración de Pymes y en marzo iba a empezar con administración de empresas; y Jessi estaba por recibirse de contadora pública”. Pero todos esos proyectos quedaron truncos y la familia de Norma quedó marcada.

El 9 de enero de 1997, el auto en el que viajaban sus tres hijos hacia Punta del Este, en Uruguay, se estrelló contra un árbol de la mano contraria de la ruta. Los hermanos Rizzo fallecieron en el accidente, sólo se salvó el conductor, un amigo de la facultad de Gabriel. El accidente fue cerca de la ciudad de Colonia, y Norma aún no sabe exactamente qué fue lo que pasó ni cómo ocurrió la tragedia.

La historia de lo que sucedió ese día aciago sigue de la boca de Norma: “El accidente fue a las 16.30 y a nosotros nos ubicaron a las 23, ya que no teníamos teléfono fijo en la casa del club de campo donde estábamos. Vino un guardia para avisarnos que nos habían llamado. Mi marido fue hasta el teléfono con el auto y yo, aún sin saber nada, me había quedado esperándolo. Cuando llegó el auto de Ricardo y me asomé por una ventana, vi que no era él quien manejaba… tengo la imagen de verlo bajar del otro lado: y así nomás me largó la noticia, sin anestesia”, relata, con admirable entereza.

¿Cómo sigue la vida después de semejante pérdida? “Yo tenía 45 y Ricardo, 49. Después del accidente, me sentía vacía y me sobraba el tiempo. Esta casa, que siempre había estado llena de gente, de repente estaba vacía”. A los dos meses de la muerte de sus hijos Norma, que nunca había trabajado en su vida, recibió una oferta de trabajo en el jardín de infantes del Senado, como auxiliar. La aceptó y ahí se sintió entretenida y contenida.

Cuando algún recuerdo de ellos la asaltaba, Norma se permitía llorar. Pero eso era todo. No tenía furia acumulada ni necesidad de desahogarse. No iba por la vida con enojo.

La procesión de su esposo Ricardo tal vez fue diferente. “Mi marido aún hoy no lo entiende; antes me preguntaba: ‘¿Por qué? ¿Y por qué los tres juntos?’ Yo le respondo que porque tenía que ser así. Dios lo quiso así”.

Norma nunca sintió que debía dejarlos ir porque nunca intentó retenerlos. A Ricardo, en cambio, el camino que debió transitar le resultó bastante más ríspido: “A los pocos días de perder a los chicos mi marido me dijo que yo estaba en las nubes, que no tenía idea de lo que había pasado porque estaba muy tranquila. Pero yo tenía mucha más idea de lo que él pensaba. Para él fue terrible”, acepta.

Norma es una madre coraje. Le tocó vivir el mayor dolor que una madre puede experimentar y debió ponerle el pecho a la vida para seguir adelante.

Seis años después de la peor pérdida para una madre, el destino volvió a torcerse. Un día de 2002, llegó a Norma la idea menos pensada. Su marido le proponía someterse a un tratamiento de fertilización asistida. “La idea del tratamiento fue del doctor Nicolás Neuspiller, fundador de Fecunditas, un centro especializado en el tema. Él era mi vecino y una mañana se encontró con mi marido. En ese momento se lo comentó y luego mi esposo a mí. Le dije que sí en seguida. Veinte días atrás había soñado que estaba embarazada”, recuerda.

“Había mucha ilusión. Los dos primeros intentos fracasaron y mi marido no quería saber más nada del tema. Yo tenía 51 años y él, 54.Ya había tenido tres hijos y perdido otros tres embarazos; a veces la ansiedad nos juega en contra”.

Pero el tercero funcionó. Varias ecografías después, Norma se enteró de que no venía una sola beba, sino dos: “Estaba feliz, era una gran noticia porque con nuestra edad seguramente no íbamos a tener otro”. María de los Milagros y María de la Paz nacieron el 28 de abril de 2003.

La casa de los Rizzo recuperó la alegría y se llenó de vida otra vez. Hoy son ellas las dueñas de las paredes —que dibujan— y de los dos dormitorios —cerrados e intactos hasta el momento que nacieron, tal como los habían dejado sus hermanos mayores—.

“Al momento del accidente yo era una madre joven: tenía casi 46 años y un hijo de 23. Tenía tres hijos grandes, todos en la universidad… ¡ya tenía mentalidad de abuela!” Pero la vida quiso que las cosas se dieran de otra manera y hoy Norma sabe que se pasó al otro bando: ahora tiene casi 60 y dos hijas de sólo 7.

Las mellizas son, a los ojos de su madre, algo malcriadas: “Son terribles. ¡Me están volviendo loca! Es que me agarraron más cansada; no es lo mismo tener hijos a los 25 que a los 52”. ¿Si es feliz? “Sí, ami manera”, responde, “Felicidad completa no, pero hay que disfrutar. Tener a las nenas fue un gran acierto. Y mi marido tiene adoración por ellas”, concluye.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *