La mamá de todos

Tiene tres hijos propios pero cualquiera que no la conoce dudaría si es la mamá de los chicos de todos los tamaños y las mujeres solas que cada tarde llegan en bandada para encontrar refugio. De haber buscado tantas, no hay dolor en el alma ni urgencia en el cuerpo para los que ella no tenga respuesta. Todos encuentran cobijo bajo las alas de Isabel De Simone de Litvin.

Con dulzura, pero sin perder la firmeza, esta tenaz mujer de 52 años le da a cada uno lo que necesita y en las dosis que sabe, por experiencia, puede asimilarlo. Primero lo básico: techo y comida. Después lo imprescindible: educación y aliento para salir adelante.

Ni ella es consciente de la dimensión que alcanzó su sueño. Pasó de dar de comer en las calles de Parque Centenario, a abrir el comedor Niño Jesús en Chacarita, un barrio de la Ciudad de Buenos Aires. Y de dar comida a 500 personas, a crear un refugio para mamás solas. “Sé que tengo una gran garra y que logro lo que me propongo, a pesar de la burocracia institucional que tanto me fastidia”, se ríe.

La historia comienza allá por 1999. Isabel era catequista en una parroquia y de camino a sus clases empezó a ver más y más gente en la calle. Faltaban pocos meses para que la peor crisis de la historia argentina empujara a miles de personas a la miseria.

Una tarde conversó con una mujer que criaba a sus hijos. Sola y a la intemperie. Con los días, las caras empezaron a hacerse conocidas e Isabel aprendió a llamarlas por su nombre. Hombres solos, madres con chicos, familias enteras protagonizaban una postal que le dolía en carne propia.

Resolvió llevarles frutas, sándwiches, algo de abrigo. Una tarde helada decidió cocinar el doble de lo que comerían en su casa y salió hacia el Parque Centenario. Con una cacerola en sus manos y sus dos pequeños hijos detrás.

Así pasó casi un año, llevando comida y una palabra comprensiva a los que la estaban pasando mal. Un conocido le prestó un patio, luego otro amigo, Mario Suzniski, una casona en ruinas, todo para mamás, chicos, hombres y mujeres.

El primer día fueron 50. A los pocos meses, 500.

Contagiar a otros.

Dos cualidades van de la mano en Isabel. Ella ayuda y contagia a que otros lo hagan. La gente del barrio acercaba alimentos, sillas, mesas y ella se permitió pensar un paso más allá. Convocó a profesionales: médicos, psicólogos, docentes.

“Nunca quise hacer sólo asistencialismo. Los escuchábamos, tratábamos de que salieran adelante. Les ofrecíamos apoyo escolar, capacitación, lo que podíamos.” Así capearon los cuatro años del vendaval de la crisis que azotaba a la clase media y hundía a la más pobre en la indigencia.

A principios de 2005, Isabel consiguió un predio a orillas de las vías del ferrocarril San Martín, en Chacarita. Con su incondicional grupo de familiares y vecinos, reformaron, en un mes, los tres locales que estaban abandonados. Hubo que hacer de todo.

Pilares, puertas adentro.

Su marido Gustavo y sus hijos Melina, de 21 años, Román, de 19, y Lila, de 8, son los bastiones de Isabel. “Somos un clan familiar con una causa común —se autodefine—. Cada uno desde su lugar… Mi marido me lleva a todos lados y me acompaña, Román mantiene el equipo técnico de las computadoras, Melina estudia Comunicación Social y es la vocera de todo lo que necesitamos, además de voluntaria, y Lilia es una más entre los chicos. Nació cuando estábamos en la calle Lavalleja y es parte del grupo.”

Así como asegura de que su “maestro de la solidaridad” fue su papá Antonio, que falleció hace tres meses, Isabel reconoce que lo que hace es la mejor enseñanza que puede dejar a sus hijos.

“Si bien la vida tiene sus avatares y no es fácil para nadie —reflexiona—, no podemos vivir sin pensar un poco en los demás, más allá de nuestros hijos y de nuestra familia.”

Vía: Selecciones

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