Amor que desborda

Un día como cualquiera, hace quince años, sonó el teléfono de la oficina de Elena Mukowoz, entonces directora de Minoridad del municipio de Lomas de Zamora, en la provincia de Buenos Aires. El llamado era de un jardín de infantes de la zona para contarle que había un chico escarbando la basura para encontrar algo de comer.

En aquella época, Elena tenía la función de hallarles una familia adoptiva a los chicos que eran abandonados o que tenían problemas con sus familias biológicas. Pero esta vez fue más allá.

“El chico estaba desnutrido—dice con una voz que se le quiebra—.Apenas llegué a casa, le comenté la situación a mi marido. Era un momento apremiante.”

Con la ayuda de su familia, Elena tomó una decisión trascendental: darle un mejor presente a Ángel. “Dios me envió un regalo, un hijo más. Con la diferencia de que este llegó más crecido”, comenta Elena.

Con la autorización de la mamá biológica del chico, Elena lo hospedó en su casa de manera transitoria, pero seis meses más tarde, la mamá biológica de Ángel decidió darlo en adopción. Lo abandonó en la oficina donde trabajaba Elena. También a sus otros ocho hijos. Así, entonces, comenzaron las tareas para encontrarle una familia que le diera a Ángel y a sus hermanos el cariño que necesitaban para seguir creciendo. “Él siempre me preguntaba por qué no podía quedarse conmigo, pero fui muy franca: vas a tener un papá y una mamá jóvenes. Nosotros ya estábamos grandes para él. Pero Ángel no quería irse”, recuerda.

Con un dolor profundo, pero sabiendo que era lo mejor para ambos, Elena participó en la selección de la nueva familia para el chico.

Cuatro años y medio luego de su partida, tan inesperado como aquel llamado de teléfono, alguien golpeó a la puerta de la casa de Elena. Cuando llegó a la entrada, se llevó una gran sorpresa. Era Ángel, que nuevamente ingresaba en su vida. “Lo dejaron solito. Ya tenía nueve años. Lo primero que pensé fue que su próximo destino era un reformatorio”, rememora. Entonces decidió hablar nuevamente del tema con su marido. “Desde que nació está sufriendo—le dijo—.Hablamos con nuestros hijos porque nosotros ya éramos mayores y temía no poder acompañarlo”, recuerda.

En un primer momento el chico durmió en un sofá hasta que le pudieron arreglar una habitación para él. Vivió en esa casa durante once años. Fue una situación inesperada, pero Elena la aceptó con la grandeza de las personas humildes. Asegura que tuvo que aprender de mayor porque ya no tenía edad para criar hijos. “Estaba más para cuidar a nietos que para tener hijos”, sonríe.

Hoy Ángel no vive con Elena, y ella lo echa de menos. Las razones de su alejamiento son muchas, pero quizá, cuando la rebeldía de la adolescencia quede atrás y encare la adultez, entenderá que Elena, su madre, siempre estará.

El joven hoy tiene 19 años y más allá de las diferencias del presente, Elena cuenta que siguen en contacto. Actualmente está trabajando. “Incluso tiene tarjeta de crédito”, aclara, orgullosa.

Vía: Selecciones

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