Sigfrido Moroder – Creó Fundación Alfarcito: Desarrollo Comunitario de comunidades aborígenes en Quebrada del Toro, Salta.

 

  • El proyecto
    Sigfrido (o Chifri) llegó como sacerdote a la Quebrada del Toro, Salta, en 1999, y se convirtió en el principal promotor de redes y desarrollo de las comunidades aborígenes que allí viven. Logró que luego de muchos años, las 25 comunidades y las 18 escuelas de la Quebrada se conecten y trabajen en red para beneficiarse mutuamente.
    Qué está logrando
    Recorre los cerros para conocer las necesidades e inquietudes de cada familia; luego, gestiona donaciones para concretar los proyectos sustentables que están en marcha. Su misión es que las personas que habitan en los cerros no necesiten emigrar para subsistir, sino que encuentren en su tierra y en su cultura los medios para desarrollar su vida.
    El dato
    Sigfrido inauguró este año el primer Polimodal de la Quebrada, para evitar el desarraigo de los 37 chicos que están actualmente completando su escolaridad. Creó un centro de artesanos, donde se venden las creaciones sin intermediarios. Instaló invernaderos de altura para las escuelas y gestionó los comedores de dichas escuelas, a las que acude un total de 650 alumnos.
    Su mirada
    Hace unos años, sufrió un accidente que lo dejó en silla de ruedas. “Hoy trabajo y rehabilito en medio de mi gente, sintiéndome hermano de mis hermanos y tratando de hacer todo el bien que está a mi alcance”.

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    El rostro de los cerros

    Conocido como el “Padre Chifri”, Sigfrido logró conectar por primera vez las 25 comunidades y 18 escuelas del lugar para buscar fines comúnes.

    El Proyecto

    Viven allá arriba, en la frontera última de lo humano. Detrás de su casa sólo queda, recostada, la inmensa puna deshabitada. Sigfrido trabaja para que las personas que habitan en los cerros encuentren en su tierra y en su cultura los medios con los que desarrollar su vida.

     

    Creó el Centro de Artesanos Alfarcito, a 2500 m.s.n.m, donde se reúnen los trabajos de artesanos de la región y se venden al público sin intermediarios.

     

    Cada productor fija el precio de su obra, y todo el monto queda en sus manos. Chifri acompaña ese proyecto con capacitaciones en las que jóvenes y adultos recuperan tradiciones manuales, agrícolas y ganaderas propias de su cultura, que habían sido perdidas.

     

    Gestionó los invernaderos de altura que facilitan el autosustento de 12 escuelas primarias, a las que también asiste con alimentos, vestimenta y útiles. Mediante un sistema de becas, muchos chicos de los cerros cursan el secundario, estudios terciarios y universitarios en la ciudad.

     

    En 2010, ha inaugurado el primer Colegio Secundario Albergue “en el cerro y para el cerro”, como él lo define. Esta iniciativa revolucionaria permite que 37 alumnos completen sus estudios en su tierra y cerca de su familia. Cuenta con orientaciones que los preparan para desarrollarse profesionalmente en los cerros: agropecuario, artesanal, turístico, construcción regional y tecnología solar. La matrícula irá ampliándose año a año hasta llegar a los 200 alumnos para los que tiene capacidad.

     

    Por otra parte, Sigfrido instaló la sala médica de la región y el consultorio ambulante que llega a cada rancho.

     

    “Buscamos alentar el desarrollo socioeconómico de esta región –expande Chifri-, para que los beneficiarios puedan descubrir en su tierra una opción sostenible para el arraigo definitivo”.

     

    Cómo nace

     

    Sigfrido llegó a la Quebrada del Toro en 1999, como sacerdote misionero. Conoció, entonces, el modo de vida en los cerros: localidades aisladas unas de otras; vecinos, en ocasiones, dispersos a más de 6 horas a pie; condiciones climáticas hostiles; una necesidad de emigrar a la ciudad para conseguir el sustento básico. Pero también conoció corazones impolutos y una cultura que se negaba a desaparecer. Optó por acompañarlos.

    Sólo a partir del vínculo podía hacer algo realmente útil. “Empecé por recorrer las casas, escuelas y comunidades, sobre todo a pie, viviendo y compartiendo la vida cotidiana, y buscando satisfacer las necesidades detectadas”, cuenta Chifri.

     

    Quién es

     

    Chifri, de 45 años, llegó hasta sus casas, y encontraron a un hombre con un modo de mirar, de hablar, de escuchar, propios de aquel que anda en paz con todos.

     

    “Me motiva el deseo de hacer el bien; de vivir lo que Jesús nos enseñó: Han recibido gratuitamente, den gratuitamente. Trato de compartir el don recibido y de brindarlo como hermano”. Esa es la simpleza que lo empuja. Se sintió hermano de los habitantes de los cerros, y como hermano, no pudo apartar la mirada. Se comprometió con lo vivido y volcó su creatividad para encontrar soluciones. Hoy, el cambio ya es notable. Empecé por recorrer las casas, escuelas y comunidades, sobre todo a pie, viviendo y compartiendo la vida cotidiana, y buscando satisfacer las necesidades detectadas.

     

    En 2004, un accidente amenazó con interrumpir todos sus sueños. “Fue un momento lleno de incertidumbre. Quedar en silla de ruedas y desde la cama de la internación plantearme: Vivo en los cerros, en condiciones sumamente precarias, ¿cómo haré allá para arreglarme? ¿Podré re-emprender mi trabajo? La decisión de volver al cerro con mi limitación no fue nada fácil. Sin embargo, el motivo más fuerte fue así de simple: volveré, rehabilitaré en medio de mi gente, de corazón sencillo pero muy grande y trabajaré de otra manera”.

     

    Su huella

     

    La crecida del río, nutrida por los proyectos de Chifri, trae una esperanza renovadora. Cien voluntarios, 20 en Buenos Aires y 80 en Salta, trabajan con él. En total, hay 18 escuelas y 25 comunidades vinculadas. El alcance de la obra abarca 650 niños en escuelas primarias, 37 alumnos en el colegio secundario albergue, 31 profesores, 25 alumnos becados en la Ciudad y 40 familias de los cerros trabajando activamente. Los cerros, su gente, empiezan a andar con otra cara. La propia.

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