Pedro Franco – Creó Asociación Quilmeña Deporte y Salud: Deporte para la inclusión social Quilmes, Provincia de Buenos Aires

  • El proyecto
    Pedro fue boxeador hasta los 40 años. Ahora vuelca esa misma pasión para otros. En su Asociación Quilmeña Deporte y Salud enseña box e inculca valores a más de 70 chicos en riesgo del barrio San Francisco Solano, en Quilmes.
    Qué está logrando
    La propuesta de Pedro es una alternativa que no existía en su barrio. El poco acceso a la educación, la pobreza, la soledad, exponen a los chicos a las drogas y la violencia. El deporte, la contención, los valores de Ringo son la opción hacia una vida nueva.
    El dato
    Pedro recuerda el caso de un chico que entrenaba con ellos y había sido visto peleando en la calle. Lo echaron, pidió volver, lo aceptaron. Volvió a pelear en la calle, lo echaron del club, pidió perdón, y volvieron a aceptarlo. Hoy es entrenador de la asociación y está por recibirse de preparador físico. Límites y oportunidades lo salvaron.
    Su mirada
    “Primero está mi familia, mis padres, y después estoy yo, para todos. Trato de que los chicos aprendan que con respeto pueden llegar lejos”.

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    Abrazos con guantes

    Pedro, ex boxeador, contiene e incluye a 70 chicos a través del deporte y la educación en valores, en el Ringo Boxing Club.

    El Proyecto
    La calle es ondulada, de tierra. Está como hundida por los golpes del olvido. Hace rato que ya no se pisa el asfalto. Y allí, medio disimulada, la casa del padre de Ringo. Al fondo, el gimnasio. Pedro Ringo Franco levantó con sus manos las paredes de ese predio, convencido de que podía hacer algo para otros. “La falta de educación, la pobreza, empujan a los chicos del barrio a hacer cosas que no son buenas, que no tienen por qué hacer”, describe Pedro. Él vio cómo los jóvenes de San Francisco Solano quedaban expuestos a las drogas, la violencia, la delincuencia. Pero también vio algo más: entendió que el contexto condiciona pero no determina el futuro de nadie. Tuvo esperanza en esos chicos. Les abrió un espacio nuevo, en el que ellos pudieran vivir cosas también nuevas. En el Ringo Boxing Club, Pedro entrena gratuitamente a unos 70 niños, niñas y jóvenes con una meta: que no estén en la calle, que incorporen el respeto como valor máximo. “Si sos respetuoso, podés llegar muy lejos”.
    Además del entrenamiento, se entregan120 porciones de comida diarias, llevadas a una mesa familiar hasta entonces vacía.
    “A mí el box me dio mucho –recuerda Pedro–, me formó, me mostró realidades nuevas y siempre pude aprovechar las buenas, gracias a la educación de mis padres. Ahora quiero darle eso a los chicos”.
    A medida que sus luchadores mejoraban, fue a hacerles los exámenes médicos para federarlos, y allí saltó una falencia de base: tenían problemas de nutrición. Entonces, Pedro abrió un comedor en el mismo predio. Con donaciones que él mismo gestiona y con la ayuda de su familia, dan una copa de leche luego del entrenamiento, y preparan casi 120 viandas por día que la gente del barrio retira para cenar en sus casas.
    Cómo nace
    La carrera como boxeador marcó a Ringo por dentro y por fuera. Cuando la lesión en su mano se tornó insostenible, dejó el cuadrilátero. En realidad, sólo dejó de competir en él, porque en ese cuadrado rodeado de cuerdas tricolor está, para Pedro, el universo y el sentido del universo. Luchar, levantarse, respetar al otro, mejorarse a sí mismo, sostenerse, saber ganar, saber perder, ser un caballero.

     

    Cuando dejó de pelear, su entrenador se frustró tanto que dejó también de entrenar. Varios colegas de Pedro Franco quedaron acéfalos, entonces él comenzó a dar clases en la sociedad de fomento a la que siempre asistía. La cuota era baja y, sin embargo, algunos chicos de la zona querían sumarse y no tenían plata para pagarla. “Decidí armar algo gratuito, para que todos puedan entrenar sin pagar nada”, explica.
    Pudo convencer a su padre de que le cediera un pedazo de lote. Su padre ahora está todos los días al lado de él, entrenando a los chicos que llegan. Hermanas y parientes cocinan para la merienda y para la cena del comedor. La familia Franco, presente para los demás.
    Quién es
    Pedro vive una dualidad compleja cada día. Por la mañana, es masajista en el Jockey Club de Buenos Aires; allí es muy querido por todos. Al mediodía sale, toma sus colectivos y encara rumbo a San Francisco Solano, donde la pobreza tiene forma de hambre y abandono. Pero el contraste no le generó resentimiento ni dolor, sino ganas de que los que están mal, puedan estar mejor.
    Pedro entrena a unos 70 niños, niñas y jóvenes con una meta: que no estén en la calle e incorporen el respeto como valor máximo.
    “Primero están mis padres, mis hijos, mi familia, y después estoy yo, para todos”, jerarquiza. El tono no tiene ni un poco de socarrón. Ringo habla suave, bajito, casi suspirando lo que siente en su corazón, músculo agrandado seguramente por el entrenamiento de entrega a los demás. No le sobra nada, él y su padre son vecinos del mismo barrio en el que viven aquellos por los que trabajan. En realidad, sí le sobra algo… bondad y gratuidad.
    Su huella
    Hoy, unos 70 chicos concurren diariamente al club, y unas 120 porciones de comida son retiradas de la cocina y llevadas a una mesa familiar que hubiera estado vacía. Desde que frecuentan la asociación, los jóvenes aprendieron a ser comunidad, a respetarse y a cuidarse entre sí. El deporte y el enfoque esperanzador con que educa Pedro van dejando su huella: muchos chicos que empezaron recibiendo los beneficios del club, ahora colaboran en él para darse a otros.

     

    Y, como una hazaña final, Pedro decidió derrumbar por knockout a un último enemigo: el prejuicio social. Casi todos los viernes por la noche lleva a sus chicos a un gimnasio de capital, donde entrenan personas de otras realidades económicas. Se genera un espacio de intercambio en el que son todos iguales. “Yo quiero que conozcan otras posibilidades, otras personas”, explica Pedro. Entrenan un rato, y entre golpe y golpe, se va cimentando una sincera integración social. Ya no hay clases sociales, hay hermanos jugando. “Los chicos son el ejemplo vivo de que a pesar de las circunstancias adversas, se puede llevar adelante una vida digna, honrada y feliz”.

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